Giorgio Armani

Giorgio Armani, el rey de la moda que revolucionó con elegancia

  • 5 de septiembre de 2025
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Giorgio Armani (1934-2025)

Artículo escrito por Ana Llorente, Docente del Área de Moda de UDIT, Universidad de Diseño, Innovación y Tecnología y Doctora en Historia de la Moda.

Pocos han ostentado la corona en la moda, y él lo hizo no solo adaptando sus valores a nuevos compromisos para la agenda de la industria, sino, como representante del “Made in Italy”, por medio de la estética de la sobriedad, ascetismo, pureza de líneas, armonía de las formas y naturalismo idealizado. Partícipe y representante a comienzos de la década de los ochenta de una de las formas de expresión del power dressing, el éxito de los diseños del creador de Piacenza radicó en la traslación de técnicas tradicionales de la sastrería napolitana como suavizar las superficies de los trajes masculinos al despojarlos de la rigidez de sus hombreras y forros, al tiempo que endureció las de los trajes femeninos a través de uniformes que transitaron sobre los cuerpos de las ejecutivas que iban poblando las cúpulas empresariales. Este lenguaje parece resultado de un bagaje educativo y profesional muy particular con el que pudo haber desarrollado un especial instinto para entender los cuerpos, los materiales y las necesidades humanas. No estudió moda ni arte. Armani fue médico de formación y, tras un periodo en el ejército, trabajó para unos pioneros y avanzados grandes almacenes, La Rinascente, en los que entrenó su conocimiento de los tejidos, el contacto con los clientes y la visión creativa para satisfacerlos. Comenzó, por tanto, desde un tejado y, lejos de derrumbar la casa, le permitió tener una visión de pájaro en la moda. Tanto instinto que, cuando Nino Cerruti, antes de contratarlo, le puso a prueba colocando diferentes telas ante él y le pidió que escogiese las que más le gustasen, Giorgio tomó las mismas que le gustaban al estilista.

Desde los setenta, detectó la necesidad de ofrecer una androginia sensual en la moda femenina. Un sentido del confort basado no tanto en su empleo de tejidos suaves, como en la sensación de seguridad que le aportaban conjuntos que le permitían mimetizarse y competir en las esferas controladas por el hombre. Se valió además una depuración de los diseños, carentes de detalles superfluos, que, más adelante, navegaron a contracorriente del paroxismo del consumo de la década de los ochenta. También preconizó, ayudado probablemente por el branding vertical, un sentido contemporáneo del lujo silencioso intrínsecamente ligado a la pureza y armonía de todo estilo clásico.  Y es que clasicismo es un término clave para la interpretación cultural de quien, aun habiendo sido apodado por los medios el “Re Giorgio” (Rey Giorgio), ha ostentado en realidad un Imperio. El de la moda femenina, pero también la masculina, cuya historia más contemporánea está en parte escrita en italiano gracias a Armani. Cambió incluso la manera de hacer el traje de hombre; sector estancado desde la Renuncia Masculina del xix. El hombre Armani ha transitado desde los setenta por periodos de sensualidad, sofisticación y perfección de en los que controló el vestir del hombre, a la humildad y desenfado bohemio de los 2000.

Amó el cine y deseaba haber sido director, como confesó a Martin Scorsese en el documental de 1990, Made in Milan. Si bien nunca cumplió con su vocación frustrada, logró vestir a las estrellas como Lauren Hutton, Michelle Pfeiffer o una Jodie Foster que, en 1992, recibió no solo un Oscar enfundada en un traje de noche y guantes de satén de Armani, sino la mención de una de las mujeres mejores vestidas del mundo gracias a el conjunto del milanés. Si el traje de noche fue una tipología clave para configurar la historia de Armani, la alfombra roja fue el escenario para su proyección internacional. Su nombre, ligado frecuentemente al cine de Scorsese, está escrito en la historia del vestuario cinematográfico con ejemplos que van de American Gigolo (dir. Paul Schrader, 1980), Uno de los nuestros (dir. Martin Scorsese, 1990) o Los Intocables de Eliot Ness (Brian de Palma, 1987) al Lobo de Wall Street (Martin Scorsese, 2013) o Vientre de un arquitecto (dir. Peter Greenaway, 1987). No en vano, a finales de los ochenta, Armani se convirtió en la firma europea con mayores ventas en Estados Unidos.

Curiosamente, la arquitectura se convierte en una de las facetas más vinculadas a su trayectoria; desde el control férreo al diseño de sus boutiques o, por ejemplo, de los Armani Hotels, a su afección por la obra de Tadao Ando. No en vano, desde 2001, que el japonés diseñó el Armani/Teatro en el que se han localizado una gran cantidad de desfiles de moda y eventos ligados a la firma, la colaboración entre ambos ha sido fructífera y lógica por la sintonía estilística entre el diseñador de moda y el arquitecto.

Más allá de una empresa que, respaldada desde 1978 con la firma de acuerdo con la empresa de confección GFT, ha llegado a facturar más de dos billones y medio de euros al año, Armani ha conjurado una audacia inigualable. ¿Quién no recuerda que fue el primero en reaccionar en aquel mes de febrero de 2020 cuando, obligado a cancelar las invitaciones a su presentación en la Semana de la Moda de Milán con menos de 24 horas de antelación, retransmitió en vivo un desfile vació de asistentes, pero lleno de presentes a través del medio online? Genio discreto como su sentido de la elegancia, desde 1982, también conjuró al sistema del arte al ser el protagonista de exposiciones, colectivas o monográficas, que, aunque no exentas de polémica para este campo, como la que condujo en 2001 al escándalo de Thomas Krens en el Guggenheim Museum de Nueva York, han sido esenciales para entender la moda como cultura. A la espera de hora nos queda saborear en su Armani/Silos de Milán una porción de su generoso legado que, hasta el 28 de diciembre de 2025 (y probablemente con prórroga), acogerá la espectacular “Giorgio Armani Privé: 2005-2025. Vent’ anni di Alta Moda”.